miércoles, 3 de junio de 2009

De otras plumas...

Rafael Amor
Si alguna vez se encuentran en un cartel pegado a una farola o en el suplemento cultural de algún diario de poca tirada, el aviso de que Rafael Amor ha llegado a su ciudad, no duden en ir a verlo. Amor es uno de esos cantautores que hicieron canción protesta cuando en Latinoamérica se pasaban las dictaduras de mano en mano. En España se encontró con un público sabroso y aburrido del franquismo trasnochado, que pronto le abrió los brazos en los locales a donde llevaba su voz. Lo mejor es que después supo seguir creciendo. Tal vez porque su música y sus letras —siempre cercanas a la poesía— nacen de lo más profundo de su conciencia y de su corazón, más allá de cualquier oportunismo histórico y político; y gracias a eso yo lo conocí en un reducto de folclore incrustado frente al Viaducto de Segovia: Tolderías. Desde entonces siempre lo he seguido, y cada vez que hablo con él me parece más grande.
Hay temas —como “No me llames extranjero” o “Corazón libre”— que lo han consagrado por encima de su propia humildad. Hay mucha música en su guitarra, mucha poesía floreciente entre sus dedos (tiene un libro publicado: “Sueños e Insomnios”); y un vozarrón que quita el hipo.
Hace poco descubrí este poema suyo y me encantó. Por la forma lúcida para describir en versos una imagen, y por el significado mismo de la imagen, quizás sólo soñada por los que tienen la música en las venas.
Ya les digo, nunca encontrarán sus discos en Fnac, pero él sigue viajando, saltando de un lado a otro del Océano, para llevar su música en la mano. Estén atentos.

“La Guitarra en la mesa”

En la mesa que orilló la farra,
El “giravinos”, la comunión fraterna,
Amanecida, se tiende una guitarra
Entre besados vasos, con la boca abierta,
Un rayo de sol —polizón oblicuo—
Por la ventana de párpados caídos,
Furtivamente llega hasta una jarra
A traspasar de tibia luz el vino.
Un aleteo y otro en el vano se amontonan
Subyugados por el migajerío,
Que sobre el mantel se desparrama
Igual que un corazón recién partido.
Vencen el temor esos corsarios
Y se dan al festín sin prevenciones.
“Picosaltan, “vuelipican” y el sudario
De la mesa trasnochada queda limpio.
En un gorjeo regresó la fiesta
Y en la garganta de la luz,
El amanecer enloquecido de trinos.
Sobre la mesa, queda la guitarra,
La boca abierta y su irrenunciable vocación de nido.
(www.rafaelamor.com)

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