lunes, 18 de mayo de 2009

Vuelos de mariposa...

Mario Benedetti
Hoy es un día triste. Desde que supe que ingresaban el mes pasado a Mario Benedetti en el hospital, mis ojos han estado puestos en esa orilla norte del Río de la Plata; allá en el sur del mundo, ese que por supuesto también existe. Me imaginaba los atardeceres ya fríos y húmedos de un otoño austral, agotando los días en el río, como una gran metáfora del final de una vida; y empezaba a sentir una congoja mal contenida.
Hoy es un día triste porque Mario se ha ido. Se ha marchado volando bajito, sin grandes ceremonias, víctima de una enfermedad crónica, como la propia vida, con la misma sencillez y discreción con la que se hizo grande.
Me imagino que el mundo literario amanecerá mañana haciéndose eco de la noticia y amontonando homenajes póstumos por toda la geografía de este y aquel lado del charco. Nacianceno y yo queremos darle nuestro propio adiós. Uno tal vez chiquitito, de esos que “hacen cola”, pero que quede suspendido en el vuelo eterno de una de nuestras mariposas a través de su propia voz.
Para mi Benedetti fue como uno de esos maestros clarividentes, capaces de entusiasmar a un aula magna con sólo mover los labios. Yo aprendí a leer poesía gracias a él. Me bastó empezar con los primeros versos para entrar en un mundo en el que sencillamente estaba contenido el mundo entero, y yo ni siquiera lo había visto. Gracias a aquellas lecturas alcancé a comprender mejor a otros poetas y a amar la poesía. Ahora me pasa que cuando tengo el corazón abrasando o hecho un flan o duro como piedra de puro miedo de amar y trato de expresarme, en vez de meras palabras me salen versos de Benedetti. Más tarde descubrí al gran relatador que fue y ya no pude dejar de leerle nunca. Así que simplemente me siento en deuda con él.
Dos veces lo vi en mi vida. Las dos en Madrid, donde últimamente residía huyendo de la humedad de Montevideo que tanto hacía que se resintieran sus huesos. Todavía me acuerdo de aquel día. Hacíamos cola en la puerta de la Casa de América. Le homenajeaban un conjunto selecto de artistas. Como para no haberlos visto juntos nunca. Yo estaba con gente de la calle. Amigos que había conocido casi vagando con mi bici por el Retiro y las calles vacías de domingos madrileños. Estaba el gordo Pablo. Aprendiz de poeta que admiraba a Benedetti como pocos. Un argentino guasón entrenado para reírse hasta de su sombra. Llevábamos horas esperando frente a las escaleritas de la entrada. No se podía creer la gente que había. Y la cosa es que no teníamos entrada. Era de esas de “entrada libre hasta completar aforo”. No sabíamos si alcanzaríamos o justo al llegar nos dirían: “lo siento chicos, no cabe nadie más”. Cuando de repente un hombre mayor pasó por nuestro lado, se adelantó cerquita de la fila y empezó a subir las escaleras derechito a la puerta. Caminaba despacio, poniéndole ese cuidado con que avanzan los cuerpos resentidos; con los brazos pegados al cuerpo y mostrando las palmas de las manos. La nuca canosa, saco oscuro. A Pablo le salió la vena india:
—Ché, mirá el viejo, se quiere colar el viejo choto…
“¡Epa!”—le grito—“¿Para dónde vas boludo? ¿No viste que hay que bancarse la fila…?—Yo me tuve que aguantar la respiración cuando el desconocido, como única respuesta a su impertinencia se dio la vuelta y todos reconocimos en esos ojos lánguidos al mismo Mario Benedetti. Todos menos Pablo.
La segunda fue en el Centro Cultural Conde Duque. En esa ocasión él participaba en una conferencia sobre la paz. Apenas terminó me acerqué a la mesa y le amontoné delante de su nariz los pocos libros que tenía entonces suyos para que me los firmase. Tenía esa misma mirada de hombre corriente. Una expresión a medio camino entre la paz interior y el cansancio. Como si él no fuera el responsable de tanto agasajo y le hubieran dejado allí sentado sólo para vigilar el puesto mientras volvía el auténtico protagonista.

Se va, claro. Pero lo que nos queda de él es lo que nos deja. Un legado incalculable de historias, de versos, y de verdades bien contadas.
Vaya por usted don Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno...
TOMITÚ C.M.
***
Hace mucho, cuando la sangre furiosa en las venas me llevaba a buscar palabras prestadas para llevárselas bien servidas a alguna chica que me gustara, me topé con una tarjeta sencilla, pero repleta de palabras, eran las que yo buscaba y que recuerdo aún de memoria: “Si alguna vez adviertes que te miro a los ojos y una veta de amor reconoces en los míos…” No sabía a quién pertenecían, pero cuando lo supe, me puse a buscar más de su poesía. Quería seguir prestando palabras y encontré muchos poemas que me gustaron y me siguen gustando…
Nos ha dejado un gran poeta, se ha ido, pero nos ha dejado sus palabras llenas de amor, de grandes verdades, de mucho compromiso. Pero no era sólo poeta, aunque él mismo lo dijera, que se sentía más poeta; nos dejó grandes páginas de prosa.
Gracias Benedetti por ese tesoro incalculable que nos ha dejado; ojalá, allá a donde vayas, te reconozcan como lo que fuiste entre nosotros: un gran poeta y escritor.
TOMITÚ N.L.


NO TE SALVES

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.

5 comentarios:

FLACA dijo...

Llego desde Uruguay a estrechar el abrazo, conmovida por tanta adniración, tanto afecto y tanta congoja compartida.

tomitú dijo...

Bienvenida...y gracias por visitarnos Flaca.

ROBERTO CERVANTES P. dijo...

también llego desde mi sur, para alimentarnos mutuamente de nuestras relexiones. Me doy cuenta que Mario Benedetti no se ha ido. A donde quiera que volteas hay blogs con sus imágenes y sus poemas; sensibles comentarios de adiós y bienvenida, con dolor, desde luego, pero también con la alegría de haber compartido un gran trecho del camino con sus escritos, con sus ideas. Benedetti está hoy mas entre nosotros que lo que nunca estuvo.
Gracias por tu visita y volveré aquí, a leer tus post.

carmen jiménez dijo...

Quise venir el primer día. Sabía lo mucho que te gustaba Mario Benedetti. Y lo bueno es que te seguirá gustando por siempre, porque su poesía no morirá jamás. Un homenaje el tuyo francamente emotivo y lleno de viveza y de vivencias. El poema elegido no podía ser mejor.
Yo leía sus versos cuando me enteré de su muerte.
Un abrazo amiga.

Anónimo dijo...

Hola!

Soy una incondicional de Mario Benedetti...Ahí va un recuerdo de su gran legado. Saludos.

UTOPÍAS

Cómo voy a creer / dijo el fulano
que el mundo se quedó sin utopías

cómo voy a creer
que la esperanza es un olvido
o que el placer una tristeza

cómo voy a creer / dijo el fulano
que el universo es una ruina
aunque lo sea
o que la muerte es el silencio
aunque lo sea

cómo voy a creer
que el horizonte es la frontera
que el mar es nadie
que la noche es nada

cómo voy a creer / dijo el fulano
que tu cuerpo / mengana
no es algo más que lo que palpo
o que tu amor

ese remoto amor que me destinas
no es el desnudo de tus ojos
la parsimonia de tus manos

cómo voy a creer / mengana austral
que sos tan sólo lo que miro
acaricio o penetro

cómo voy a creer / dijo el fulano
que la utopía ya no existe
si vos / mengana dulce
osada / eterna
si vos / sois mi utopía.


Mario Benedetti


ROSTRO DE VOS

Tengo una soledad
tan concurrida
tan llena de nostalgias
y de rostros de vos
de adioses hace tiempo
y besos bienvenidos
de primeras de cambio
y de último vagón.

Tengo una soledad
tan concurrida
que puedo organizarla
como una procesión
por colores
tamaños
y promesas
por época
por tacto
y por sabor.

Sin temblor de más
me abrazo a tus ausencias
que asisten y me asisten
con mi rostro de vos.

Estoy lleno de sombras
de noches y deseos
de risas y de alguna
maldición.

Mis huéspedes concurren
concurren como sueños
con sus rencores nuevos
su falta de candor
yo les pongo una escoba
tras la puerta
porque quiero estar solo
con mi rostro de vos.

Pero el rostro de vos
mira a otra parte
con sus ojos de amor
que ya no aman
como víveres
que buscan su hambre
miran y miran
y apagan mi jornada.

Las paredes se van
queda la noche
las nostalgias se van
no queda nada.

Ya mi rostro de vos
cierra los ojos
y es una soledad
tan desolada.

Mario Benedetti



El amor de los ángeles llueve sobre el mundo...¿lo sabías? :))) lástima, deben quedar pocos.

Esta también es muy bonita, no es exactamente un poema pero su letra canta como tal...sobre el amor en extinción.

EL SEXO DE LOS ÁNGELES

Una de las lamentables carencias de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato, nunca confirmado, de que los ángeles no hacen el amor quizás signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales.

Otra versión, tampoco confirmada pero más verosímil, sugiere que si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos (por la mera razón de que carecen de los mismos) lo celebran en cambio con palabras, vale decir con las adecuadas.

Así, cada vez que Ángel y Ángela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y tentarse mediante el intercambio de miradas que, por supuesto, son angelicales.

Y si Ángel, para abrir el fuego, dice: “Semilla”, Ángela, para atizarlo, responde: “Surco”. Él dice: “Alud”, y ella tiernamente: “Abismo”.

Las palabras se cruzan, vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos.

Ángel dice: “Madero”. Y Ángela: “Caverna”.

Aletean por ahí un Ángel de la Guarda, misógino y silente, y un ángel de la Muerte, viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe, sigue silabeando su amor.

Él dice: “Manantial”. Y ella: “Cuenca”.

Las sílabas se impregnan de rocío y, aquí y allá, entre cristales de nieve, circulan el aire y su expectativa.

Ángel dice: “Estoque”, y Ángela, radiante: “Herida”.

Él dice: “Tañido”, y ella: “Rebato”.

Y en el preciso instante del orgasmo ultraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos, se estremecen, tremolan, estallan, y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.


Mario Benedetti