sábado, 16 de enero de 2010

Rituales

Lucas mira a través del cristal de la puerta de la calle y ve a su madre alejarse en la Transit blanca con la que su padre reparte pan de madrugada. No mueve un pelo. Tiene el abrigo puesto, la mochila en la espalda, la cabeza despeinada y los ojos pegados a los movimientos de ella. Le han dado carta blanca para quedarse ahí parado unos segundos todos los días. “Hasta que me pierda de vista por completo” le pidió su madre a la cuidadora de la guardería.
—Déjele, total es un minuto. Una manía. Me quiere ver hasta el último instante. Ya sabe, como un ritual.
Después le arriarán para dentro: que se quite el abrigo, que no moleste a los pequeños, que a desayunar y a lavarse las manos y a dejar la silla colocada…hasta que salga la ruta.
Son las siete de la mañana. Pura noche: el cielo está tapado de nubes y sopla un viento bajo y helado. En Madrid las clases empiezan a las nueve y media, pero en el cole de Wafaa hay servicio de desayuno. Ella sube la cuesta arrastrada por la mano de su madre. Se mira los pies y ríe sin hacer ruido porque le patinan hacia fuera con el hielo y sus rodillas chocan entre sí. Su progenitora, al sentir el juego, gruñe y le da un tirón del brazo. Pero el brillo hosco de sus ojos, arropados por la sombra del hijab, le transmite a la niña una seguridad que difícilmente podría explicar con su español parco. Al llegar a la esquina sabe que es el momento. Después, cuando la suelte del otro lado de la verja que rodea el colegio, no habrá besos ni abrazos. La mujer no volverá la cabeza—envuelta hoy en una tela gris que parece el reflejo del cielo— para decirle adiós. Wafaa le aprieta la mano tres veces con fuerza. Como si quisiera bombear agua o hacer morse. Son tres veces consecutivas, aún a riesgo de castigo. Tres veces separadas por tres segundos. A Wafaa le gusta el número tres y adora que en clase alguien le pregunte cuál es su número favorito, porque en general nadie le hace preguntas.
Parece que la noche toca a su fin en Lavapiés. El barrio se despereza como un gato y algunos coches desfilan con lentitud como luciérnagas con el papel aprendido. Una furgoneta sale de un garaje lejano y en la acera de la calle del Amparo, tose el motor de un R-5 trasnochado justo frente del portal número 7. En el segundo piso Orlando revisa su mochila. A esas horas mira sin ver, para que cuando su hermano mayor le pregunte en el quicio de la puerta—a punto de salir camino del colegio—, el niño pueda decir sin mentiras que sí, me fijé y llevo todo. Pero sólo le interesa mirar por la ventana, echar a un lado las cortinas y ver la luna encaramada en lo alto de los edificios que se amontonan alrededor de ese en el que ellos viven. De todos modos, piensa, es la misma luna en todas partes. La misma que mira Valery desde Chiclayo y la misma que busca su madre por las vidrieras de la fábrica. Primero le guiña un ojo—sin controlar del todo el otro que se le queda medio cerrado—, después le dice: “sí, seré juicioso mami”, y por último le lanza un beso que vuela por la rendija de la ventana abierta.
El viento que se ha levantado al compás del sol se lo lleva lejos, viaja alto, por encima de las antenas de las casas. Avanza saltándose los semáforos en rojo y despabilando a las farolas. Juega porque es un beso de niño: se deja caer en picado y hace un luping en el moño de una señora que acaba de salir de un portal. Remonta el vuelo y busca el rastro de su destino a lo largo de la M-30 que discurre hacia el sur todavía limpia de atascos. Orlando le imprime velocidad como en los vuelos de sus sueños hasta alcanzar la torre más alta de la fábrica de cerveza que se despliega, antigua, junto al río.
Más abajo, las alarmas de los relojes, móviles, radios y servicios de habitaciones se ponen de acuerdo para despertar a la ciudad.

4 comentarios:

LavapiesHoy dijo...

Hola, me ha gustado mucho tu historia Concepción y he publicado un trozo de ella en nuestra web. Te citamos y enlazamos, espero que no te moleste.
Te dejo el enlace para que le eches un vistazo http://www.lavapieshoy.es/la-noche-toca-a-su-fin-en-lavapies-vt519.html?sid=7007e06572dbdcf96cf563dedb51de5e

Un saludo y sigue escribiendo así ;-)

tomitú dijo...

Gracias por tus palabras. No, claro, no me molesta. Mis textos son botellas lanzadas al mar, "con el secreto designio de que algún día
llegue a una playa casi desierta
y un niño la encuentre y la destape
y en lugar de versos extraiga piedritas
y socorros y alertas y caracoles."
Saludos,
Conchi

Anónimo dijo...

Y si ese niño la destapa, y en lugar
de versos o piedras o socorros, sólo extrae vacíos, y preguntas y ausencias. Y si ese niño no se reconoce en la foto... y no por ello se molesta. Y si ese niño quisiera molestarse? Y sin embargo... solo espera.

tomitú dijo...

....entonces anónimo, tal vez ese niño se encuentre consigo mismo, una tarea necesaria para seguir viviendo, al menos en libertad.