A modo de conjuro:
Que el azar me lleve hasta tu orilla,
ola o viento, que tome tu rumbo,
que hasta ti llegue y te venza mi ternura.
Darío Jaramillo Agudelo
Que el azar me lleve hasta tu orilla,
ola o viento, que tome tu rumbo,
que hasta ti llegue y te venza mi ternura.
Darío Jaramillo Agudelo
Tengo la casa llena de ausencias. Te fuiste un domingo y las dejaste todas esparcidas al salir por la puerta. Yo te seguí. Detrás de ti iba sumisa, despierta pero dormida, soñando que era un sueño, que no te ibas. Borracha de ti, de dos días de ti, siguiendo la estela de tus besos. Te hubiera seguido hasta el último confín del mundo. Lo sabías ¿verdad?
Pero nada se movió de su lugar, sólo tú y ese maldito avión sobrevolando el pueblo. Como los mirlos de las mañanas, que me acompañan cuando voy camino del trabajo y se posan ordenaditos en el cartel grande de la carretera. Y los miro todos iguales, negros como el oeste y me traen una certeza: la de mi vida. Mi vida sin ti. De lunes a domingo sin ti. Del uno al veintiocho sin ti.
Luego volví a casa y me las encontré a todas, a todas tus ausencias esperándome. Casi pidiéndome explicaciones. ¿Por qué no te las llevaste? Ahora no sé bien qué hacer con ellas. Se pelean para llamar mi atención. ¡Qué tontas! Como si no las viera una por una, desfilando ante mi nostalgia, asistiendo a mi tristeza. Lo que pasa es que no sé qué hacer con ellas. Y me vienen a la mente los versos del poeta: las podría ordenar por colores, por tamaños…No encuentro tus pies desnudos debajo de la mesa cuando me siento a comer. No estás en mi ir y venir del salón a la cocina. Mis caderas no se tropiezan con tus manos en el pasillo ni en las escaleras. No está tu sonrisa en el espejo cuando me ducho, detrás de las gotas de agua de la mampara. No me dejo amar con los ojos cerrados, para luego abrirlos y encontrarme con los tuyos, diciéndome que me amas hasta nuestro palo de mango. No te escucho abajo cuando estoy arriba. No está tu voz en las esquinas. El velador está vacío de libros, tuyos, o míos, o tuyos para mí, o míos para ti. En el suelo no hay más que suelo. Nada de ropa enredada, confundida, que no encuentro. Me falta tu olor en las sábanas, no está tu pecho en mi cara.
Tengo, amor, la casa llena de ausencias. Tal vez lo prefiera así. Sí, mejor que las dejases. Quizás las consiga ordenar, acostumbrarme a ellas. Tal vez acabe por necesitarlas. Me arrepiento de haberlas llamado tontas. Es posible que me hagan sentir menos sola, que me acompañen. Puedo cuidarlas con la devoción con que te cuidaría a ti.
Al fin y al cabo son tuyas, y es lo único tuyo que tengo.
Pero nada se movió de su lugar, sólo tú y ese maldito avión sobrevolando el pueblo. Como los mirlos de las mañanas, que me acompañan cuando voy camino del trabajo y se posan ordenaditos en el cartel grande de la carretera. Y los miro todos iguales, negros como el oeste y me traen una certeza: la de mi vida. Mi vida sin ti. De lunes a domingo sin ti. Del uno al veintiocho sin ti.
Luego volví a casa y me las encontré a todas, a todas tus ausencias esperándome. Casi pidiéndome explicaciones. ¿Por qué no te las llevaste? Ahora no sé bien qué hacer con ellas. Se pelean para llamar mi atención. ¡Qué tontas! Como si no las viera una por una, desfilando ante mi nostalgia, asistiendo a mi tristeza. Lo que pasa es que no sé qué hacer con ellas. Y me vienen a la mente los versos del poeta: las podría ordenar por colores, por tamaños…No encuentro tus pies desnudos debajo de la mesa cuando me siento a comer. No estás en mi ir y venir del salón a la cocina. Mis caderas no se tropiezan con tus manos en el pasillo ni en las escaleras. No está tu sonrisa en el espejo cuando me ducho, detrás de las gotas de agua de la mampara. No me dejo amar con los ojos cerrados, para luego abrirlos y encontrarme con los tuyos, diciéndome que me amas hasta nuestro palo de mango. No te escucho abajo cuando estoy arriba. No está tu voz en las esquinas. El velador está vacío de libros, tuyos, o míos, o tuyos para mí, o míos para ti. En el suelo no hay más que suelo. Nada de ropa enredada, confundida, que no encuentro. Me falta tu olor en las sábanas, no está tu pecho en mi cara.
Tengo, amor, la casa llena de ausencias. Tal vez lo prefiera así. Sí, mejor que las dejases. Quizás las consiga ordenar, acostumbrarme a ellas. Tal vez acabe por necesitarlas. Me arrepiento de haberlas llamado tontas. Es posible que me hagan sentir menos sola, que me acompañen. Puedo cuidarlas con la devoción con que te cuidaría a ti.
Al fin y al cabo son tuyas, y es lo único tuyo que tengo.