jueves, 2 de abril de 2009

El juego

Le dicen avistaje de ballenas. Será porque uno llega desde el otro lado del mundo a visitarlas. Primero en avión, cruzando el océano, y más tarde en bus. O en un autito de alquiler con el que se ha de ingresar en esa península que es como una vesícula que se adentra en el Atlántico sur. Ya en los dominios patagónicos se transita por caminos de ripio polvorientos con aspecto de conducirte al fin del mundo. La luz se mezcla con la tierra —que es lo único que hay en el horizonte— convirtiéndola en una compañera cálida al despuntar el día y dulce de leche al caer la tarde. Pero yo creo que en realidad son ellas, las ballenas francas del sur, las que se acercan a verlo a uno. Curiosas, moles de piel fría y corazón caliente, desprovistas de la aleta dorsal que lucen sus primas del hemisferio norte, se deslizan como sirenas en el agua, y desaparecen bajo el casco de los catamaranes repletos de turistas que contienen la respiración hasta que las ven salir por la otra banda. A veces le hacen un guiño a la casualidad y sacan repentinamente sus colas con forma de corazón a unos metros escasos de la cubierta. Entonces arrancan un suspiro contenido del público, justo cuando desde sus vértices erguidos cae agua salada a la manera de una fuente. A veces la muchedumbre rompe en un aplauso. Para ellas tiene que ser como un juego. Lo pienso mientras miro de refilón a Edgardo moviendo los brazos a la italiana —un guía de ojos negros y apasionados que me pescó al vuelo para subirme en el barco— explicándoles a algunos ingleses que no, que no estaba preparado. En plena época de cría navegan en las aguas transparentes —cuando el día no se tuerce y se amontonan sin avisar nubarrones en el techo del cielo— con sus ballenatos sobre el dorso cerca del Golfo de San José. Se aproximan a los barcos de avistaje, e incluso a los pequeños gomones hasta dejarse acariciar por algún intrépido. Asoman la trompa, se balancean, muestran su ojo en la superficie como si fuera la mirada del mismísimo océano. Es fácil imaginarse lo que les dirán a sus pequeños: “miren, chicos, esa es la architemida especie terrestre: el hombre". Y entonces vuelvo a echar un vistazo al pelotón de visitantes embutidos en sus chalecos de color butano arremolinarse en la barra de la confitería para pedir café. Porque aunque es verano, es austral, y con el día ya avanzado se agradece algo caliente. Me aventuro a pensar que deben de verse divertidos desde allí abajo, como manchas anaranjadas de movimientos incomprensibles para ellas. Y me embauca otra vez el vuelo de las francas. Tras la popa se entusiasman con piruetas al ralentí. Se colocan cabeza abajo para volver a exhibir la cola, que ahora es una vela. Eficaz cazadora de viento.
Desde la segunda cubierta, apoyada en los guardamancebos, estiro la vista donde se pierde el mar. Y juego a lo de siempre: ¿Qué habrá más allá de lo azul; donde se diluye el horizonte?
—Derecho, sin perder el rumbo, llegaríamos a la Isla de Diego Álvares.
Edgardo me sorprende desvelando el misterio. Se queda un rato a mi lado. Parece que el grupo de ingleses le ha dado un respiro. Lo veo que me sonríe y desvío la mirada hacia las ballenas. Sus ojos me gustan.
—¿Y por qué francas? —Me intereso.
—Francas para avistar, francas para cazar…—deja de sonreír— las “right wales”. Son medio lentas las guachas. Parece que no tienen prisa. Prefieren jugar a hacer la vertical para mostrar su linda cola, que salir corriendo. Los balleneros lo saben muy bien.
Luego Edgardo se inclina un poco sobre el pasamanos y me dice al oído:
—¿Y vos? ¿No querés jugar conmigo?
Yo, sólo trato de buscar una palabra acorde con su diccionario.
—Dale.

3 comentarios:

tomitú dijo...

¿Qué habrá más allá de lo azul; donde se diluye el horizonte?...
Me encanta imaginarme estar allí en el avistaje al lado de la escritora...
Me encanta leerte y divisar el mundo a través de tus palabras y buscar lo que se oculta detrás del azul horizonte...

Anónimo dijo...

Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en lo alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan sólo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.
Y que a mi amor entonces le conteste
la nueva criatura que tú eres.

josé ángel dijo...

Dan ganas de hacerse guía para enseñar los confines del mundo a intrépidas pasajeras, francas para el abordaje y entusiastas en sus palabras.
Un abrazo.